domingo, 29 de agosto de 2010

Mario Heler - In memoriam

El domingo 22 de Agosto murió Mario Heler, doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, maestro, amigo, y en ocasiones enemigo íntimo de muchos de nosotros. Estamos muy tristes porque Mario ya no estará aquí para pensarnos, para guiarnos, para cuestionarnos, pero además estamos tristes porque la Universidad ha perdido a un gran profesor.

Dictó la materia Ética durante casi veinte años en la carrera de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y todavía hoy resuenan en las aulas el vigor de su pensamiento y las virtudes de su enseñanza, siempre tan vitales como su experiencia. Fue uno de los pocos defensores del pluralismo académico en los años 90, momentos en los que la hegemonía analítica en la carrera de Filosofía fue casi total, y supo generosamente iniciar y acompañar desde su lugar proyectos y carreras de cientos de estudiantes y graduados, enfrentándose a esos poderes que sólo alzan las voces del consenso cuando se trata de defender sus intereses. La última década lo encontró desarrollando una línea de trabajo desatendida por la carrera de Filosofía, pero que él contribuyó decisivamente a potenciar en nuestro país: la filosofía social, con una activa participación en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Dictó además Seminarios de Doctorado y cursos en todo el país, y fue hasta hoy Profesor a cargo de una cátedra de Introducción al Pensamiento Científico del CBC. Publicó numerosos artículos y libros, entre los que se encuentran: Individuos. Persistencia de una idea moderna, Ciencia Incierta. La producción social de conocimiento, Jürgen Habermas. Modernidad, racionalidad y universalidad, y el reciente Lógicas de las necesidades.

Estas breves líneas no hacen justicia a quien fuera para nosotros una de las personas más importante de la filosofía argentina de los últimos años, pero al menos nos permiten compartir con otros compañeros nuestro pesar por esta pérdida irreparable.

Alfredo Tzsveibel – In memoriam

La mañana del sábado 7 de agosto mi madre llamó por teléfono y en su voz se anunciaba el pesar: Alfredo Tzsveibel había muerto la noche anterior en trágicas circunstancias. Corté y, estupefacto, me senté en el sillón del living esperando que las ideas se ordenaran con los sentimientos. Me acordé de la última vez que lo vi, la noche del cumpleaños de Julia, la menor de mis hermanas y de la breve conversación en la esquina de José M. Moreno y Cobo. Le comenté algo sobre sus anteojos nuevos, le dije que me gustaban y pensé que “cerraban su look”. No me acuerdo con precisión que me contestó, pero creo que fue algo del tipo: “¿sí? Qué suerte porque yo ni me fijé”. Después, llegó el taxi que compartió con Julia y unas amigas. Me quedé tranquilo, sabía que Alfredo quería mucho a mi hermana y la iba a cuidar (yo siempre desconfío de los taxistas y mucho más cuando llevan a mis hermanas).  Julia también lo quería mucho a Alfredo y de pequeña, si tal cosa alguna vez le pasó a mi hermana, decía que cuando creciera se casaría con él.

Alfredo era parte de la vida cotidiana en la casa de mi padre. Nelvi siempre lo llamaba y lo invitaba a cuanto evento tuviera lugar. Él se resistía muchas veces pero Nelvi le insistía muchas más. Para Sofía, Joaquín e incluso Alejandro, mis hermanos, era una presencia insoslayable, parte de esas cosas que hacen al mundo de las personas, simplemente con volver al mismo lugar. Alfredo era también el hogar y lo familiar, eso que resguarda y vela en silencio por nuestro bien.
 
Yo no lo conocí como profesor, ni siquiera fui su amigo, no leí sus textos, no sé que le interesaba. Para nosotros no ha muerto el filósofo, tampoco despedimos al amigo. Con Alfredo se deshace algo de la trama que nos mantiene unidos, a nosotros mismos y a los unos con los otros. Yo no soy quien para juzgar su decisión. En primer lugar, porque estoy seguro de que no hubo ninguna. Desde aquel sábado sólo puedo pensar en una cosa: existe un mal irreductible, un mal del que ningún hombre es responsable, no es el mal que se hace con la voluntad de herir ni por la omisión del descuido (ese es fácil de aceptar). El mal del que hablo, nos supera y desborda y frente a él sólo cabe un gesto de humildad. Nadie podía hacer nada para evitarlo, ninguno de nosotros por más que lo quisiéramos, ni siquiera él mismo. Frente a la muerte de Alfredo, humildad y respeto.

Alfredo Tzsveibel, egresado de la Universidad de Buenos Aires, fue profesor en esa casa de estudios así como en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y miembro del Seminario de los jueves. Publicó artículos y capítulos de libros, así como diversas traducciones.

Andrés M. Osswald